Sin odios, sin rencores
Nancy Rodríguez Guevara
Editora Gente de Cabecera
Han sido tantas y tan variadas las imágenes de las marchas, que ya no se sabe a quién creerle y responzabilizar por tantos desmanes.
Jóvenes encapuchados tirando piedra y cuanta cosa encuentran en su camino. Uniformados lanzando gases a la muchedumbre.
Pese a que muchas imágenes de odio se reproducen a cada momento, son otras tantas las que logran llenar de esperanza los corazones.
Muchachos cantando y de la mano con la autoridad, a lo largo de sus recorridos.
Jóvenes que protestan al son de una filarmónica y que demuestran que su lucha no es con desmanes y menos con violencia.
Grupos de estudiantes que al ritmo de un acordeón preparan una chocolatada y finalmente la comparten con los policías que los acompañan, son la muestra fehaciente de que en este país aún hay esperanza, aún existe la ilusión de que esto puede cambiar, de que pueden venir cosas mejores.
Sin embargo, como una nube se ciernen sobre ellos unos cuantos vándalos y delincuentes, que aprovechando la situación, violentan, saquean, dañan el patrimonio de los ciudadanos, ante la mirada permisiva y temerosa de los demás.
Es comprensible que el miedo puede impulsar ese silencio cómplice, se entiende que el temor puede llevar a callar.
Mientras unos y otros actúan por sus distintas convicciones, unos y otros ponen víctimas con y sin uniforme, víctimas que dejan familias adoloridas que piden a gritos parar ya con la violencia.
Protestar sí, sin odios, sin rencores, con respeto por el otro. Marchar sí, pero con la convicción de que mi interés no es dañar, herir, lastimar a nadie, con la convicción de que mi interés es buscar un cambio para todos.