Así nació El Jardín más bello de Bucaramanga
Por: Edward Grimaldos Gómez
Hablar de El Jardín es evocar uno de los sectores más bellos y particulares de la comuna 12 de Bucaramanga.
Este barrio, reconocido por albergar entre sus terrenos una de las mejores universidades de Bucaramanga y por ser espacio de tranquilidad en medio de la naturaleza, también llama la atención por la nomenclatura poco común de sus casas, que se diferencia a la del resto de la ciudad.
Esa misma que la constructora Urbanas estableció, hace cerca de cinco décadas, otorgando a cada predio un solo número, en una lista que iría del 1 al 60. Esquema que replicó en las dos etapas del sector Altos y Bajos.
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Un lugar de geografía empinada y con grandes jardines, que a pesar de su medio siglo de vida conserva su construcción original casi intacta, según afirman sus residentes más longevos, esos que inauguraron aquel caserío que se levantó en cercanías a la quebrada ‘La Flora’.
Los comienzos
La llegada de la década de los años 60 traería consigo la expansión urbanística de Bucaramanga.
Pues sería hacia el año 1963 cuando el barrio El Jardín empezaría a construirse sobre la rivera de la quebrada La Flora, que atravesaba parte de los predios originales de la gran hacienda de la familia Puyana.
El primer trabajo que se hizo fue la canalización de aquella fuente hídrica.
“Esas casas las construyó Urbanas y se adquirían por medio del Banco Central Hipotecario. El constructor ponía el lote y el banco las ofertaba. Recuerdo mucho que la primera parte de la canalización de la quebrada la hizo el ingeniero Jorge Chávez”, comentó Ernesto Puyana Sanmiguel, quien fue subgerente de Urbanas y recuerda esos detalles por el trabajo de su padre en esa compañía.
Un proyecto que se dividió en dos etapas, Altos y Bajos de El Jardín, y en el que sus viviendas mantenían un “molde” similar en su edificación.
“Estas casas tenían tres habitaciones y estaban divididas en tres niveles. Además, todas las impares se ubicaban en un costado y las pares al otro”, recordó el señor Sergio Fernández, quien vive en el sector desde el año 1966.
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Su edificación terminaría hacia el año 1965, momento en el que este sector fue sorprendido por el accidente aéreo en el mes de octubre, cuando un avión DC3 de matrícula HK118 que procedía de Bogotá con 16 personas a bordo y una avioneta Piper HK-922, que había salido del antiguo aeropuerto Gómez Niño, situado en donde hoy queda la Ciudadela Real de Minas colisionaron en el aire.
Algunos de los testigos de ese hecho aseguran que una parte de la aeronave cayó en predios de El Jardín.
Hasta el año de 1966 empezarían a llegar los primeros residentes de uno de los barrios más apartados de Bucaramanga en esa época.
Aunque muchas de las primeras familias que habitaron El Jardín se han mudado, aún se pueden encontrar varias familias que cumplen más de 50 años en este bello sector de Bucaramanga.
Las primeras familias
Una de las primeras familias en llegar a este sector fue la Orduz García. Desde enero del año de 1966 viven en la misma vivienda, la número 58 de El Jardín Bajo.
“Yo me gané una cédula de capitalización del Banco Central Hipotecario para comprar vivienda. Y después de andar mirando muchas casas nos cautivó su naturaleza y su ambiente”, comentó la señora Betty García de Orduz.
Recuerdan con claridad los pocos vecinos con los que se encontraron al llegar a su nuevo hogar.
“Cuando nosotros llegamos acá no estaba sino la familia de los Forero y la del capitán Santos. Nosotros fuimos los terceros en llegar aquí”, comentó don Roberto Orduz.
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Esa soledad se debía a que en el principio ese sector estaba aislado del resto de la ciudad, o por lo menos así lo veían los conductores de taxi y los residentes de otros barrios de Bucaramanga.
“Esto era lejísimos. Uno cogía un taxi en el centro y les decía que venía para acá y decían ¡uy no por allá tan lejos no vamos!”, agregó entre risas Sergio Fernández, quien se pasó junto a su esposa el 21 de enero de 1966 a la casa 39 de Bajos de El Jardín.
A pesar de la distancia, para muchos fue una buena oportunidad de tener su casa propia, pues tenían la facilidad de pago con el Banco Central Hipotecario, cancelando un total que osciló entre los $75 mil y $110 mil para la época.
“Yo le compré a Urbanas a través del Banco Central Hipotecario por $74.950. La cuota inicial era de $42 mil pesos, y tenía cuotas de $625 a 10 años”, explicó Fernández.
Fue así que poco a poco empezaron a llegar otros personajes que aún son recordados en el barrio por ser sus primeros moradores, como es el caso de Estela de Pinzón, Gonzalo Cruz y las Vargas, Sandra Pradilla, entre otros.
Lugar de anécdotas
Este sector de Bucaramanga ha visto crecer hasta tres generaciones en sus calles. Las primeras alcanzaron a estudiar en el emblemático Instituto Caldas, hoy Universidad Autónoma de Bucaramanga, Unab, que desde su consolidación en 1952, se convirtió en punto de referencia de El Jardín.
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Así mismo, algunos de ellos recuerdan cómo disfrutaban de las limpias aguas de la quebrada La Flora años atrás. Lugar donde los más pequeños aprovechaban para tomar un fresco y divertido baño, mientras que los más grandes aprovechaban las amplias zonas verdes para labores de cacería.
“El señor Forero ponía unos tablones en la quebrada para represar el agua e invitaba a todos los niños de por acá a bañarse”, señaló don Roberto.
“Aquí había un abogado, el señor Gerardo González, él venía los domingos a cazar tinajos y luego pasaba y nos repartía”, agregó a la historia la señora Betty.
La falta de comunicación también hizo parte de los buenos recuerdos, pues el primer teléfono del sector se convertiría de uso comunal.
“El primer teléfono que hubo en el barrio fue el mío. Entonces yo me traje una línea de mi oficina para acá, y cuando los vecinos supieron eso venían a llamar y los llamaban acá a mi casa. Eso me llamaban y me decían me puede pasar a la casa 26 y así durante muchos años, mientras los demás instalaron teléfono”, recordó mientras reía don Sergio.
”Un bonito lugar para vivir”
Sin duda alguna el clima fue uno de los factores que determinó que muchos habitantes de El Jardín escogieran este caserío como su lugar de residencia. Gracias a la vegetación que los rodea y que le otorga su nombre, sumado a la tranquilidad, quienes allí viven no se quieren marchar.
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“Aunque ahora hace un poquito más de calor, me gusta mucho este barrio, es muy fresco y muy tranquilo. Yo no cambio mi casa por nada, aquí me quedo hasta que me muera”, puntualizó la señora Betty.