Acuerdo y desacuerdo
Nancy Rodríguez Guevara
Editora Gente de Cabecera
Qué fácil es no estar de acuerdo con algo, con todo.
Qué difícil es sustentar o explicar las razones del desacuerdo, las razones que llevan a pensar diferente.
El desacuerdo es una actitud que permanentemente vivimos y que a diario debemos enfrentar.
Los jóvenes no son capaces de discutir sanamente las razones de su inconformismo, no son capaces de tener una discusión seria, sin llegar a los acaloramientos que les impida pensar.
Es más sencillo acudir a acciones que terminen en golpes, que esgrimir argumentos que lleven a soluciones, a acuerdos.
Lamentablemente la irascibilidad -facilidad para ponerse bravo, para enojarse- se suscita ante la incapacidad de pensar, de racionalizar, de buscar soluciones asertivas a las distintas situaciones ante las que la vida nos pone.
Parte de este comportamiento, sino es todo, viene de casa, de niño.
El niño que hace pataleta para conseguir lo que se propone y lo dejan; el niño que para obtener lo que quiere grita, llora y hace escándalo; el niño que no es capaz de explicar su frustración y sin embargo se da por entendido en su entorno.
Ese niño es el que hoy como adulto cree que con berrinches, alaridos, pataletas, golpes y diferentes manifestaciones de ira, es que se hacen las cosas bien hechas.
Ese niño, al que no se le enseñó a asumir una actitud asertiva para manejar situaciones complicadas, hoy no será capaz de enfrentar sin violencia la vida, ese niño no será capaz de interactuar socialmente sin conflictuar.
Se necesita madurez emocional para manifestar sanamente el desacuerdo y eso se aprende en casa, la familia es la responsable de esto.