Cien años de servicio y amor entregados a Dios y la humanidad
Redacción
El Cardenal José de Jesús Pimiento Rodríguez celebró recientemente sus 100 años, manteniendo muy en firme sus convicciones y con una vitalidad y energía que se podría describir como ‘divina’.
Este servidor de Dios, originario del municipio de Zapatoca, no solo es el único cardenal santandereano de los nueve colombianos que han ostentado esta dignidad desde el siglo XIX hasta la fecha, sino que fue el único que recibió su investidura en Bogotá y no en Roma.
Nació el 18 de febrero de 1919, y tan solo 12 años después emprendió un viaje desde su pueblo hasta el municipio de San Gil, para ingresar al Seminario.
Tras 76 años como sacerdote, 63 de los cuales trabajó como obispo, y pasados casi 20 años de su retiro, un domingo de enero de 2015 recibió una llamada del Señor Nuncio Apostólico desde Roma.
Esa llamada le informaba que el Sumo Pontífice lo había designado como cardenal y él debía ir hasta Roma a recibir su investidura. No obstante, las limitaciones propias de salud le impidieron viajar y recibió su título en una solemne ceremonia en Bogotá.
A pesar de parecer una designación tardía, José de Jesús Pimiento aceptó su deber y hoy, desde una casa de retiro en el Seminario Mayor de Floridablanca y después de haber lidiado con el asedio de sus feligreses por alcanzar un siglo de vida, se siente orgulloso no solo de ser cardenal sino de hacer parte de los cinco arzobispos y obispos eméritos que se han destacado por su caridad pastoral en el servicio de la Santa Sede y de la Iglesia.
Monseñor Pimiento conversó con la revista Gente sobre diferentes aspectos de su trayectoria sacerdotal, sus experiencias personales y su concepción de la vida
Revista Gente: ¿Cómo define sus 100 años de vida?
Cardenal José de Jesús Pimiento: Como un don de Dios que ha tenido misericordia de esta pobre criatura suya y nos ha dado unas tareas especiales de su servicio que he procurado cumplir con la mejor voluntad, sin haber dado la medida exacta de lo que Dios quería pero cumpliendo, en la medida posible, mi deber.
R. G: ¿Cuál es la fórmula para vivir un siglo?
C.J. J. P: La vida es un don de señor siempre, cualquier día que le dé es vida maravillosa y 100 muchísimo más. Debemos estar conscientes de este don, agradecerlo y emplearlo correctamente, según lo que Dios espera de cada persona, porque a cada cual le da una misión y desempeñarla a cabalidad es lo que nos da paz interior y alegría espiritual.
R.G: ¿Cómo se siente física y anímicamente?
C.J. J. P: Me siento abrumado, porque la debilidad de los años hace que no se sienta con la fortaleza y la resistencia que tenía antes, pero la decadencia normal se acepta con tranquilidad, para entrar a otra vida distinta y superior.
R.G: ¿Cuántos años le gustaría vivir?
C.J. J. P: Yo no deseo vida en el tiempo, porque lo que Dios le da a uno es lo que se debe manejar bien. Soy consiente siempre de que la vida es un don del Señor y se debe vivir según su ley. Uno se siente muy bien en la tarea de estar al servicio de Él y de la humanidad. Hacerle bien a la gente es consuelo y un estímulo permanente.
R.G: ¿En qué momento decidió ser sacerdote?
C.J. J. P: La vocación no la busca uno sino que se la da Dios. Hay muchas formas de servir a Dios y cada uno tiene que investigar qué quiere el Señor para hacerlo debidamente, y eso le da a las personas alegría, confianza y paz. Mi proceso no fue instantáneo, estuve muy cerca a los religiosos, fui acólito de la parroquia. Mi mamá me llevaba a las misas muy temprano todos los días. Ademas vi sacerdotes muy ejemplares y eso me entusiasmó. A los 12 años me fui al Monasterio a hacer los estudios de bachillerato, luego filosofía en San Gil y Teología en el Seminario Mayor en la Arquidiócesis de Bogotá.
R.G: ¿En algún momento de su vida aspiró ocupar el cargo que tiene hoy en la iglesia?
C.J. J. P: Nunca tuve aspiraciones de cargos superiores, me hubiera contentado con ser un Vicario parroquial, pero fueron cambiando según las necesidades que el Señor Obispo tenía o que el Papa sentía, entonces por eso fui cambiando de horizontes, porque la voluntad de Dios se le manifiesta a uno a través de los superiores y fue al final de mi vida que el Santo Pontífice Francisco me designó como Cardenal suyo para que le colaborara con la oración y algunas indicaciones que le pudiera dar para el gobierno de la iglesia y que he tratado de cumplir todos estos años a pesar de las limitaciones.
R.G: ¿Cuáles fueron las cualidades que considera lo llevaron a obtener este reconocimiento?
C.J. J. P: Tal vez el Sumo Pontífice se enteró que estaba en mi retiro y que había hecho algún bien en la iglesia y decidió asignarme este título, pero no fui elegido para ser elector del Papa sino para ser un servidor de la iglesia en humildad hasta que termine mi existencia.
R.G: ¿Cómo es su relación con el Papa?
C.J.J.P: Es una relación excelente. Nos comunicamos por carta para entendernos y ayudarnos. Siempre compartimos temas que afectan la vida de la iglesia.
Cuando pasó por Bogotá no pude hablar bien con él porque había muchas personas por atender. Tan solo pude hacer el saludo protocolario y tener el placer de estrechar su mano.
R. G: ¿Qué representa su familia en su vida?
C.J.J.P: La familia me ha considerado como una persona especial porque les he ayudado, los oriento, los animo y les he servido con la oración y los sacramentos. He sido una persona entregada a la familia, primeramente a la familia de Dios, pero también a la familia de sangre, con quienes he tenido un vínculo muy especial.
Mi familia es un regalo de Dios, porque me han ayudado en las necesidades que he tenido, me han dispensado mucho afecto y compañía y por tanto los reconozco así, los aprecio y los bendigo siempre.
R.G: ¿Recuerda alguna anécdota o experiencia que lo haya marcado para toda su vida?
C.J.J.P: En la vida de un sacerdote u obispo hay muchos acontecimientos que lo marcan a uno y cuesta mucho trabajo escoger uno solo. Pero para mí las gracias de la ordenación presbiteral y de obispo y la envestidura de Cardenal han sido momentos muy especiales en mi vida que me han llenado de luz y fortaleza para poder cumplir las tareas que corresponden a esos momentos. He recibido esas manifestaciones como signos de que Dios me ama y yo tengo que amarlo de tiempo completo con todo lo que soy.
R.G: ¿Qué hechos históricos del país y del mundo vivió, que lograron impactarlo?
C.J.J.P: La experiencia de poder participar en el segundo Concilio Vaticano fue la marca más fuerte de mi vida espiritual, social y de conocimientos, porque esa experiencia me reveló muy al fondo los misterios de la iglesia, la salvación y los propios trabajos pastorales que debía cumplir. Allí fue donde más aprendí cómo ser un seguidor de Dios. Fue un honor porque participé en el concilio tan solo a los seis años después de haber sido nombrado obispo.
R.G: ¿Cree que ha cumplido su misión en su vida?
C.J.J.P: Yo hice lo que mejor podía, no puedo decir que hice todo lo que debía, sino que cumplí hasta donde yo entendí y pude con mis fuerzas hacer. Yo creo que nadie puede decir eso, solo Jesús cuando estaba en la cruz, porque hizo lo que le había encomendado el padre y él lo cumplió perfectamente. Los demás humanos nunca podemos dar la medida estatal sino que estamos esforzándonos y comprometiéndonos a hacer las cosas cada día mejor y eso es lo que necesita Dios, que todos nos propongamos a hacer el bien y esforzarnos por lograrlo.
R.G: ¿Le tiene miedo a la muerte?
C.J.J.P: Todos tenemos temor de la muerte porque no sabemos cómo nos va a coger ni a dónde vamos a dar. Pero como cristianos tenemos una visión clara que la muerte no es el fin de todo sino el comienzo de una vida plena, y por tanto en la fe tenemos la esperanza que la muerte es el encuentro con Dios, para que él se nos revele totalmente y gocemos de él para siempre. Y eso fue lo que vino a decirnos Cristo y lo dice en la escritura santa.
R.G: ¿Cómo se define como persona?
C.J.J.P: Como un servidor de Dios y de la humanidad.
R.G: ¿Cuál es el mensaje que les envía a los jóvenes?
C.J.J.P: La juventud es la esperanza para que la humanidad encuentre su camino verdadero, porque la humanidad está más perturbada que nunca, con unos progresos materiales pero con unos problemas morales y espirítales enormes. Entonces la humanidad tiene que descubrir su verdadero futuro, el mismo que Dios se propuso al crearla y darle tantos regalos y bendiciones.
«Los jóvenes deben ser conscientes de que ellos son la esperanza que el mundo cambie hacia el bien. Por eso deben evitar buscar el placer o el poder, para buscar ser personas constructoras de un futuro maravilloso».