Mi día sin carro
Paola Bernal, Editora
Solo basta ver las largas filas que se generan desde Piedecuesta para subir un fin de semana a La Mesa de los Santos. O tomar el viaducto un sábado, para avanzar a paso tortuga, producto de la gran cantidad de vehículos que recorren las calles de Bucaramanga y su área metropolitana.
Quizá más de una vez haya pensado que el caos se debe a un accidente, pero vaya sorpresa, el tráfico avanza, y no, el trancón es solo exceso de automotores.
Los fines de semana, en los que la medida del pico y placa no está activa, deberíamos pensar diferente. La mejor propuesta sería decirle “no al carro”, dejarlo en casa, y ayudarle a disminuir la congestión a la ciudad. Sobre todo si va a ir a la oficina por un par de horas o necesita hacer una vuelta personal en el centro de la ciudad, o en zonas como Cabecera o la carrera 27.
Todos hemos presenciado el caos; el tiempo en los traslados se duplica o se multiplica tres veces más de lo planeado. Tal y como ocurre cuando se dañan los semáforos, los sábados la ciudad colapsa. Y se necesita ser un sensei para poder mantener la paz mental.
Solo observe por el retrovisor cómo las personas, ante el afán de llegar y la lentitud de las vías se pasan los semáforos en rojo, gritan por las ventanas, obstruyen las intersecciones y hacen que el caos aumente.
Es importante que el uso del auto, como se dice en una plegaria religiosa, “sea justo y necesario”, los fines de semana. Descansemos por un momento del volante si la situación lo amerita y ayudémosle a la ciudad a respirar diferente, que ese sea nuestro ‘Día sin carro’.