Una raza sin vergüenza
Por Paloma Bahamón, sociólga y docente Unab
En un video difundido en redes y noticieros, Carlos Angulo Góngora, latonero afrocolombiano, abre su maleta y tira su ropa con rabia sobre la acera mientras señala a la cámara y grita reiteradamente a los policías: ¿Por qué no los requisa a ellos?
“No los requisa porque ellos son blancos, son ciudadanos”.
El valiente Carlos en eso sí se equivoca; los ‘ellos’ que no somos ciento por ciento afrodescendientes no somos blancos; somos una fusión de sangre indígena, negra, española y hasta judía y mora.
Pasa que muchos aún no se asumen mestizos porque tienen complejo de ilegitimidad; padecen de endorracismo, tienen vivas las marcas de la limpieza de sangre: un dispositivo de poder colonial a través del cual los criollos, hijos de españoles nacidos en América, consolidaron su señorío económico y político, a partir de un sistema de castas raciales donde entre más origen español en la sangre, más pureza de raza y posibilidades de ascenso social.
Así, los no criollos fuimos clasificados como: chinos, mulatos, zambos, tornatrás y otros términos absurdos como tente en el aire y no te entiendo.
Desde entonces, al ser la mezcla de razas un obstáculo para obtener las mejores tierras o cargos públicos, los colombianos padecemos de un complejo de ilegitimidad, a decir del filósofo paisa Fernando González, y por ello asumimos “como a un pecado a nuestros ascendientes negros e indios. Somos seres que se avergüenzan de sus madres” (Los negroides, p.109).
Toda esta vergüenza de nuestro propio ser, todo este endorracismo causa que aún muchos santandereanos se ufanen más de ser descendientes no reconocidos de aventureros alemanes como Geo Von Lengerke, que de su origen guane.
Ojalá que, a decir de González, por fin aceptáramos desfachatadamente nuestra individualidad mulata.