La raíz del problema
Santiago Gómez Mejía – Decano de Comunicación Social y Artes Audiovisuales Unab
Para ser corrupto se necesitan tres cosas: tener la necesidad de serlo, un sistema que castigue laxamente y una cultura que valore positivamente la trampa. En Colombia las tres condiciones conviven y hacen parte de nuestra identidad.
Somos uno de los países más desiguales del mundo, las necesidades de la gente no solo no están satisfechas absolutamente, sino que algunas minorías enriquecidas demuestran que no siempre la legalidad y el respeto de la norma son caminos a la prosperidad económica sostenida.
El sistema de justicia colombiano es ineficiente, por condiciones muchas veces estructurales, pero otras por temas también culturales.
Los medios de comunicación juzgan, castigan, pero también absuelven, y la justicia sigue siendo mayoritariamente para los de ruana.
Pero también, en este país valoramos positivamente la trampa y menospreciamos el respeto por la norma. Y no hablo solo de congresistas, servidores públicos y grandes empresarios. Hablo también de ciudadanos del común que hacen trampa y se saltan las leyes autojustificándose con discursos morales perversos y acomodados.
La malicia indígena y la viveza son rasgos culturales que valoramos positivamente. El que llega tarde a una cita es un vivo, el que pierde tiempo esperando a los incumplidos, un bobo. El que estaciona en un espacio prohibido, el que evade impuestos o el que hace plagio en un examen, termina saliéndose con la suya y siendo justificado por sus pares y por sí mismo: la cajera de la taquilla era muy lenta, ¿es que mi plata no vale?, ¿usted no sabe quién soy yo?, si los políticos roban ¿por qué yo no?, se me olvidaron las comillas.
El problema de este país es menos de los políticos, de quienes para bien o para mal también somos cómplices en una democracia, y más de todos nosotros, que preferiremos por siempre, asignar esa responsabilidad a otros, antes de reconocer que desde tiempos inmemoriales estamos jodiendo a este país.