Pinto, orgullo de la tierra
En la casa 49 de Palmar del Lago, en Lagos del Cacique, se cantan los goles de Costa Rica tanto como los de Colombia.
Camisetas y banderas amarillas y rojas son testigo de una doble pasión, la que vive la familia Pinto Afanador, hermanos de Jorge Luis, técnico de los ‘ticos’, hijo de doña Raquel y Luis Ernesto, de la provincia de Guanentá que tienen el pecho henchido por culpa del fútbol y de su hijo.
Pinto, como se le conoce al técnico santandereano, se comunica frecuentemente con ellos en Bucaramanga y en San Gil.
En sus diálogos se nota esa alegría que lo embarga, ese optimismo creciente y esa fe que lo ha llevado a ser el primer técnico colombiano en clasificar a un equipo a cuartos de final de un Mundial de Fútbol.
Por eso en casa de los Pinto se vive una extraña sensación, es una alegría por los triunfos de Colombia y otra por los de su hermano, que –dicen- son distintos pero iguales a la vez.
El niño de 5 en educación física
Alfonso destila admiración, respeto y cariño por su hermano.
“Desde niño para él lo más importante de su vida era el fútbol. Su trabajo, su descanso y su hobby era el fútbol”, recuerda.
Por ser el mayor este sangileño puede dar fe de que su mamá rogaba al cielo para que el pequeño Jorge Luis fuera tan bueno en matemáticas como en educación física.
“Él siempre pedía que le tuvieran lista la camiseta y la pantaloneta, y mi mamá le tomaba el pelo porque le decía que perdía matemáticas pero en deportes sacaba 5”.
Quiso ser jugador profesional y aunque lo intentó no pudo llegar más allá de la selección de su colegio y de San Gil.
Sus amigos y familiares le achacan al hecho de ser provinciano la falta de oportunidades que tuvo como jugador, pero de todas maneras “era un buen mediocampista”… dicen.
A la par que jugaba dirigía al equipo del colegio, lo mismo que a la selección de su Perla del Fonce.
Y fue tal su decisión de entregarle la vida al deporte que se matriculó en la Universidad Pedagógica para ser entrenador, estudios que reforzó en Sportiva de Futeboll en Sao Paulo (Brasil) y luego en Alemania.
Es un devorador de libros de fútbol, tanto como de caldo con huevo y arepa.
Sus compañeros de colegio dicen que mientras ellos estudiaban química y física, él se leía un libro… de fútbol.
Su recio temperamento lo ha llevado a casar peleas hasta con el perro y el gato.
Son inolvidables sus enfrentamientos con técnicos, árbitros, dirigentes y periodistas defendiendo siempre su causa.
A veces se le sale el santandereano, manotea, vocifera y suelta una retahíla que seguramente muchos –como los del banco de Grecia en días pasados- no entienden pero que son claros y directos como él y como su padre de quien le aprendió que las cosas son como son.
“La rectitud nació en mi casa. En el examen final, previo a la graduación de bachiller, las niñas del colegio, entre las que estaba mi entonces novia, le sacaron las respuestas al rector, pero mi padre, que era el presidente de la asociación de padres de familia me dijo: ‘usted me llega a la casa con ese diploma lleno de trampas y se lo rompo en la cara’”, dice Jorge Luis en su página oficial.
Esa misma actitud asumió en 1989 cuando siendo técnico del Unión Magdalena un árbitro lo buscó para que le diera plata y arreglara un partido. “Le dije ¡no!, eran épocas difíciles”, señala.
Sus allegados dicen que su carácter es fuerte, de santandereano puro, porque le ha tocado sobreponerse a múltiples inconvenientes en la vida, pero que en familia es risueño y hasta ‘mamagallista’.
El concejal que no fue congresista
Si el fútbol no lo hubiera jalado tanto seguramente Jorge Luis hubiera sido alcalde, senador, diputado o gobernador.
Le gusta tanto la política, que aún hoy, pregunta, habla, discute y siente esa pasión tanto como un partido.
En alguna entrevista concedida a este mismo redactor en 1989 se declaró liberal ciento por ciento, ideales que no ha traicionado ni cambiado de camiseta.
En su hogar desde el desayuno hasta la cena se habla de política.
Esa fervorosa pasión le alcanzó para ser concejal de su pueblo y hasta recibir ofertas para ser candidato a la Cámara, pero “más que el deseo, el tiempo no lo dejó”, destaca Alfonso.
Y fue el fútbol el que le abrió las puertas al éxito.
Cuenta el propio Jorge Luis que cuando el médico Gabriel Ochoa Uribe dirigía desde la tribuna del estadio El Campín, él se ubicada detrás suyo para escuchar las órdenes que le daba a Jaime Arroyabe, que era su asistente en el banco de Millonarios.
Así duró casi un año sin que el técnico más laureado del fútbol colombiano se diera cuenta.
El mundial, una obsesión cumplida
La ilusión de ir a un mundial se había convertido en una sana obsesión para Jorge Luis, recuerda su hermano Alfonso.
En su mente no estaba otra cosa que dirigir en un evento de estas características y dejar en alto el nombre de su tierra santandereana.
Por eso sus mejillas sintieron resbalar lágrimas de alegría cuando obtuvo la clasificación y se voz de entrecorta cuando habla de sus victorias, de su familia, de su región.
Al partir hacia Brasil sabía de lo que era capaz. Su paso por la tierra de la samba y su riguroso estudio de los rivales lo hacía presagiar el éxito.
Las ilusiones fueron creciendo contra Uruguay, luego Italia e Inglaterra.
La casa de los Pinto en Bucaramanga se llenaba para ver los partidos.
“Contra Grecia teníamos mucha expectativa. La expulsión de un jugador de Costa Rica nos hizo temer”…
Pero otra vez Pinto triunfó.
Tras el último penal el Arena Pernambuco de Recife, vio a este hombre nacido el 16 de diciembre de 1952 correr como un niño con los puños apretados, celebrando no solo su paso a cuartos de final sino escribiendo la historia del único colombiano que ha llegado a esa instancia en un mundial de fútbol.
Era el premio a una trayectoria, a un trabajo y una carrera que empezó en San Gil, adonde regresa cada vez que puede a contemplar sus paisajes, a disfrutar de su familia y a reencontrarse con sus amigos.
La misma tierra que lo hace vibrar cuando escucha sus canciones.
Por eso sus hermanos Alfonso, Jorge Luis, Ana Rosa, Naty (fallecida), Yolanda, Ernesto, Mercedes y Juan José, lo mismo que los viejos Raquel y Luis Ernesto y miles de santandereanos y colombianos nos sentimos orgullosos de este sangileño, que llegó a un mundial para dejar la impronta de las bravas tierras de Santander.