Todo huele a tango en el mundo de Adriana y Gustavo
Adriana Cadena y Gustavo Ortiz desde que se conocieron sabían que eran el uno para el otro.
No solo tuvieron afinidad por sus gustos artísticos, musicales, por sus aspiraciones laborales y su sed por prepararse constantemente en la academia… fue el tango el tema que desde siempre estuvo sobre la mesa.
‘Tango’, así fue como Gustavo se bautizó en el ‘nick’ de un taller, en un encuentro realizado en Miami en la década del 90 y que tenía como fin profundizar en las comunicaciones instantáneas por internet, cuando apenas se empezaba a usar la palabra ‘chat’.
Esas cinco letras se robaron la atención de Adriana, colombo venezolana, quien desde muy joven estuvo involucrada con este género musical.
Se hicieron amigos y al cabo de un año surgió el noviazgo que sobrevivió con cartas y correos electrónicos a la distancia, pues mientras ella residía en Venezuela, él estaba en Los Ángeles, Estados Unidos.
El amor los sedujo y pronto se radicaron en Venezuela, luego viajaron a España dos años, mientras ella estudiaba, y volvieron al país vecino.
Escuchar tangos y asistir a espectáculos relacionados con este ritmo de la tierra natal de Gustavo fue una constante, solo hasta el año 2001 empezaron a bailar juntos.
“Adriana a veces me sorprende, es quizá más argentina que yo. Fue por ella que empezamos a bailar lo básico, pues luego lo hicimos en sitios públicos y empezamos a prepararnos. La mamá de ella ha sido esencial, doña Astrid León de Cadena. Con ella, durante 12 años se realizó en Valencia, Venezuela la Semana del Tango. Nos preparamos con grandes maestros y ya luego recorrimos con ellos el país, en presentaciones y talleres. Hubo un momento en que entre risas y cansancio decíamos que debíamos dedicarnos de lleno al tango y no a las profesiones que tenemos, pues con eso nos iba mejor económicamente”, comentó Gustavo.
En tierras del ‘Gran Santander’
Hace más de un año esta familia conformada por un ingeniero de sistemas natural de Buenos Aires, una hija de colombianos dedicada a la docencia y Alberto Javier, un joven de 19 años estudiando Medicina, se radicó en Bucaramanga.
Su llegada se produjo quizá por la misma razón que tienen por estos días algunos venezolanos: salir corriendo de su patria escapando de una crisis económica.
Aquí encontraron a una capital de los parques cordial, amable y que además les abrió las puertas y posibilidades de hacer lo que les gusta.
Por eso promueven desde hace varios meses la cultura tanguera en un restaurante, sitio en el que además de ofrecer varias opciones de la gastronomía argentina, permite a los visitantes apreciar exposiciones de arte, escuchar y ver bailes de tango con artistas traídos del extranjero.
“Aquí volvimos a tener contacto con Pablo Molina, que también es argentino y que conocí hace varios años en Brasil. Es el socio y el otro dueño del sitio. A la gente le ha gustado mucho porque ven y disfrutan de un ambiente diferente. Bucaramanga no conoce mucho de la cultura tanguera como otras ciudades del país como Medellín, Cali y Bogotá, por eso vimos esa necesidad y nos ha ido muy bien”.
Una porción de carne con corte argentino, un chimichurri con un toque particular; pizzas, pastas y campari con naranja que recuerdan la ascendencia italiana, bebidas como el fernet con Coca Cola, el mate bombilla y la cerveza Quilmes, y pasabocas como los alfajores argentinos son algunas de las delicias que se podrán encontrar en este sitio.
Dos en uno
“Gustavo es para mí el faro que alumbra mi vida y llegó cuando más carecía de luz. Desde que lo conocí mi vida cambió completamente. Mi esposo es mi inspiración en el tango y para mi dicha ¡es argentino!”, dice Adriana, quien es hija de Alberto Cadena, rector de una reconocida universidad en Bucaramanga.
Hoy es directora de la Maestría en Tecnología Educativa, de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, pero antes de llegar a este sitio su nombre también estuvo en otras importantes instituciones de educación superior donde se preparó, como la Universidad de Carabobo, la Universidad del Sur, en México donde hizo un doctorado.
Además es egresada de la Escuela de Ballet Nina Nikanorova, de la Dirección de Cultura del Estado Carabobo, e hizo cursos de ballet en Cuba y Toronto, Canadá.
Y aunque el tango la unió a Gustavo, su hijo no lo practica.
“Él toca guitarra y violín, le gusta mucho la música, pero el estudio lo absorbe bastante”.
Y así como Adriana, su esposo también lleva la música en la sangre, pues es hijo de un ingeniero químico aficionado al violín, nieto de un húngaro que también amaba este instrumento e hijo de otra amante de la buena música.
“El tango lo vivo desde muy chiquito, veía cantantes, a mi papá tocar y gente bailar y siempre en la casa se escuchaba esa música”, concluye sobre los motivos de hoy tener un estilo de vida alrededor de este ritmo.