Miguelito, el chofer del siglo XX
Gilberto Camargo Amorocho
Especial para Gente de Cabecera
¿Miguelito me lleva gratis? No tengo plata, me la gasté porque tenía mucha hambre.
– Suba mijo, no se preocupe por la plata.
Estos diálogos fueron diarios en los años 60, 70 y 80 en las calles de Bucaramanga entre alumnos de varios colegios y Miguelito Antonio Ardila Méndez.
El bus permanecía lleno de pasajeros pero solo el 20% pagaba, el otro 80% eran personas que estaban allí por amor y la solidaridad de quien llamamos con cariño Milito.
Parecía como su visión desde el timón de aquel bus rojo café de Trans Palonegro. Era como un punto de contemplar las necesidades de la gente, pero en especial de los niños de primaria y secundaria.
Muchos recorridos por los barrios más humildes de la ciudad o algunos de clase media lo consternaban y le sacaban esa faceta de hombre bueno, con bastantes razones de servicio o mejor de ser altruista con gran corazón, que hasta le humedecían sus ojos.
Se volvió el ángel de la guarda o protector al volante de la clase estudiantil.
En esa época era raro ver esta clase de personas en una ciudad de gente metódica y ahorrativa, donde nadie daba nada sin puntal.
Miguelito nos impresionaba. Siendo conductor de bus trabajaba para sostener a su familia, pero a veces parecía que sin recibir dinero por los pasajes de bus, el destino le demostraba que su acción de darse a los demás jamás lo tuvo en apuros… más bien todo se le multiplicaba para bien.
Ni con esos afanes diarios perdió su fraternal sonrisa y su sentido del humor.
Algunos que ahora lo recordamos nos convencemos de que su salud y semblante eran una consecuencia de ser protegido por la divinidad, que la reflejaba en sus integrantes de su familia y muchos amigos inmediatos.
Hoy todos sus hijos son grandes profesionales y gracias a su trabajo conduciendo el bus.
En este 2013 llegó a sus 92 años y sigue lúcido, con una memoria blindada que no hay virus virtual que la pueda romper.
Este charaleño, nacido en 1922 es hoy un grato recuerdo de un ‘saber darse a la gente’.
Milito quedó imborrable para toda una generación de personas.