“Siento mucho placer en enseñar”
“Váyase para la casa a descansar ya…” No hay frase que más le moleste a Mercedes Gélvez de Silva que esta.
Y no es para menos, pues con 75 años de vida no quiere perder la costumbre de ir todos los días a su colegio, el mismo que desde hace 38 años se convirtió también en su casa.
En medio de los cambios que por estos días vive el colegio Nuestra Señora de Las Mercedes, esta mujer oriunda de Socorro narró cómo fue que este oficio de la docencia se fue metiendo no solo en sus poros, sino en su familia pues hoy cuenta con la dicha de tener a sus dos hijas ayudándole.
“Cuando llegamos de Socorro pusimos a los niños a estudiar en el colegio de una tía de mi esposo, Liceo San Gerardo, ubicado en la calle 33 con carrera 30. Y como yo era normalista de La Presentación de Charalá me ponía de vez en cuando a ayudarle a ella dictando clases. Pasó el tiempo y la tía Leonor Silva de Delgado enfermó tanto que tuvo todas las intenciones de cerrar el negocio, sin embargo me insistía que me quedara con él… y así fue”, narró con un ritmo tan claro y rápido que no pareciera que su voz se hubiese desgastado formando a niños en un aula de clase.
Entonces sus diligencias en la Secretaría de Educación Municipal se intensificaron y luego de encontrar una casa en el barrio El Prado empezó a laborar pero bajo el nombre de Liceo San Carlos.
Sus hijos Jaqueline y Juan Carlos iban creciendo y manifestando su gusto por la docencia, tanto que desde los 17 años empezaron a ayudarle con las clases.
Así fue como su hija mayor, hoy rectora del colegio, empezó a prepararse académicamente en el tema de la educación, y su hijo quien luego inició la vida militar, desde esas aulas estudió Licenciatura en Educación.
Las necesidades de una comunidad son las oportunidades de abrir nuevas puertas y eso fue lo que motivó a doña Mercedes a abrir más cursos al punto que hoy tiene matriculados 100 alumnos desde párvulos hasta quinto primaria.
Sin embargo a su vida llegó otra hija y quien hoy cuida hasta su sueño: María Mercedes.
Junto a ellas vivió luego otro cambio: el del nombre del colegio.
“Primero nos dijeron en la Secretaría de Educación que había otro Liceo San Carlos de más antigüedad y que debíamos cambiar el nombre, por eso se llamó Mis Primeras Alegrías.
Pero a raíz de que los alumnos salían de quinto a bachillerato y nos contaban que se burlaban de ellos porque venían de una guardería hicimos una convocatoria con la comunidad educativa para el nuevo nombre y quedó Nuestra Señora de Las Mercedes, en honor a mi mamá”, comentó su hija mejor.
Ella es quien quizá ha vivido en carne propia la transformación del colegio.
“Yo nací ahí. La casa quedaba ahí mismo en el colegio y vi siempre a mi mamá en este oficio. Tengo tan presente la imagen de mi mamá acostándose tarde de la noche escribiendo en el tablero, con tiza, para dejarles a los niños las tareas listas para la primera hora del día y que ellos llegaran a escribir, el colegio es su vida, es su pasión.. es todo”, dijo la hija mejor, licenciada en Educación Infantil de la Unab y psicopedagoga de la UMB.
Ellas son testigo de las dos cosas que más le molestan en la vida a la profe Mercedes: que le digan que se vaya a descansar y que la saluden a las 8 a. m. diciéndole “por qué madrugó tanto”.
También dan fe de su desenfrenado gusto por educar, pues ahora se dedica a formar a los niños para que reciban la Primera Comunión… “es la única oportunidad que tengo de enseñar y transmitir”.
De generación en generación
Aunque no sabe con exactitud cuántos niños formó, doña Mercedes recuerda con ternura particularidades de algunos.
“Una vez me llegó uno diciéndome: Profe cómo le va ¿se acuerda de mí? Y yo le decía que no. Al ver que no daba con su nombre me dijo: profe hágame un tetero… y de inmediato grité de la felicidad le dije su nombre…”.
Como este exalumno llegan muchos más a pedirle que los eduque tal como ella lo hacía.
“Me dicen: aquí le traigo a mi hijo para que me lo forme como a mí, duro. Si necesita regla se la traigo profe, pero no dude en reprendérmelo… y les digo: no mijito, ya no se puede pegar con la regla, pero gracias por confiar en mí y por traerlo”, dice sobre algunos de sus nuevos ‘nietos’ como llama a los hijos de sus exalumnos.
Ella como muchas docentes de antaño añora las épocas en las que los estudiantes respetaban la presencia y la voz del maestro.
“Lástima que se haya acabado el respeto del alumno al profesor. Yo creo que es porque antes si el niño iba a la casa a decir que la profesora lo había regañado el padre decía que era porque se lo había ganado, pero ahora si el niño da una queja el papá se escandaliza y desautoriza la labor del docente… por eso ya no se respeta”.
La vida de esta ilustre mujer continúa en las aulas, mientras tanto los docentes que la conocen seguirán preguntándose “¿De qué se unta que con solo verla los alumnos hacen caso? ¿por qué nosotros no inspiramos ese respeto?”.