La hacienda que se volvió cementerio
Sobre las 21 hectáreas que hoy ocupa el parque cementerio Jardines La Colina reposan 24.831 personas inhumadas en lote, 3.866 en bóvedas, 6.070 en osarios y 658 en cenizarios.
Este terreno que en su totalidad comprende 55 hectáreas fue hace muchos años una gran hacienda llamada San Bernardo, propiedad de don Alejandro Peña Puyana y doña Zoraida Martínez Llach.
Cuentan los historiadores que para llegar allí era necesario recorrer caminos pantanosos, rodeados de pequeñas lagunas naturales y una espesa vegetación.
La hacienda delimitaba en la parte baja por las quebradas La Iglesia y La Flora y estaba surcada por la quebrada La Cascajera.
Eran épocas en las que el clima de Bucaramanga era distinto y en la tarde la niebla se apoderaba del lugar, motivo por el cual la llamaron así: La Niebla.
Don Alejandro Peña Puyana era hijo del General Alejandro Segundo Peña Solano, quien fue el último Presidente del Estado Soberano de Santander y actuó posteriormente durante 5 veces (1887, 1900, 1905, 1907 y 1909) como Gobernador de Santander.
Últimos años de la hacienda
Hasta finales de la década de los años 60 la Hacienda San Bernardo fue una finca panelera, sembrada de caña de azúcar o caña dulce.
Tenía un trapiche con su horno de ladrillo y en los días de molienda en sus pailas hervía el mosto que se disponía en los moldes para la producción de panela.
Hasta donde se sabe este fue el único trapiche que hubo en el municipio de Bucaramanga.
La hacienda tenía, además, un chircal o tejar para la fabricación de ladrillos, árboles frutales, caracolíes, guayacanes y otras especies nativas, muchos de los cuales aún se conservan, refrescan y adornan el lugar.
La casa de la hacienda, que se conservó intacta hasta hace pocos años estaba enmarcada por un corredor externo que daba al recibo y acceso a su sala, comedor y a un bello patio central, en cuyos corredores se circunscribían varias habitaciones.
En la parte de atrás, en una especie de solar, había un cuarto de servicio independiente para los vivientes y una alberca de aguas cristalinas.
¿Por qué un cementerio?
La pregunta es ¿a quién se le ocurriría poner a funcionar allí un cementerio?
La respuesta está en que en la década de los años 60 comenzaron a operar los primeros Parque Cementerios en Colombia constituidos por empresas comerciales independientes, para prestar servicios funerarios a personas pertenecientes a cualquier religión, raza u oficio, con un enfoque ecuménico.
El 5 de noviembre de 1968, según escritura pública 3979 de la notaría Tercera de Bucaramanga, se compró un lote de terreno a la señora Zoraida Martínez Llach viuda de Peña por un valor de $400.000 de los cuales se dio una cuota inicial de $100.000 a la firma de las escrituras y 60 cuotas iguales de $5.000 cada una, sin intereses.
En 1970 en un momento casual de Monseñor Jesús Quiroz Crispín (Q.E.P.D.) quien fuese posteriormente rector de la Universidad Pontificia Bolivariana de Bucaramanga y el Doctor Gabriel González Sorzano en Medellín tuvieron la oportunidad de conversar con algunos amigos socios del Parque De Paz de Medellín sobre la organización de este tipo de cementerios.
De ahí nació la idea de fundar un parque similar en Bucaramanga que culminó con la fundación de esta empresa, en 1971, ya el terreno se había adquirido sin una destinación específica.
La empresa comercial Jardines La Colina Ltda. fue fundada el 29 de marzo de 1971 con el nombre de Jardines de la Diócesis de Bucaramanga La Colina Ltda.
A la Diócesis de Bucaramanga le donaron el 40% de la participación como una estrategia para que las personas vieran con buenos ojos inhumarse en tierra y a las afueras de Bucaramanga cuando la costumbre era inhumación en bóvedas.
Hoy la vieja hacienda está transformada en uno de los más modernos parques cementerio, donde hay terreno para uso de los próximos 40 años.
Socios fundadores
Diócesis de Bucaramanga 40%; Gabriel Sorzano 40%; Unión de Tra-bajadores de Santander (Utrasan) 8%; Unión de Trabajadores de Colombia (UTC) 8%; Rafael Arango Rodríguez 4%.
Posteriormente el doctor Gabriel González Sorzano le vendió un 10% de su participación a la firma constructora Escandón & Manby Ltda. cuyos socios eran los arquitectos Guillermo Escandón Sorzano y Enrique Manby Correal, quienes a su vez tenían un lote de terreno colindante con el lote que inicialmente se había comprado con lo cual el área se aumentó.