Mi calidad de vida no está en venta
Esta frase está cogiendo fama en algunas ciudades donde el crecimiento urbano sin planeación integral es un monstruo arrasador.
Es la otra ciudad que los urbanizadores o propietarios de tierra aún no ven.
Ya las empresas de servicios públicos están alarmadas por los riesgos sanitarios que conlleva. Hay un nuevo tipo de desplazamiento que se está generando dentro de la urbe en el que muchas personas se ven obligadas a vender y a cambiar totalmente su hábitat.
Hace unos años me enteré de una señora que toda la vida vivió en el barrio San Francisco de Bucaramanga en casa con patio y solar. Su memoria de arquitectura habitacional fue siempre esa y no soportó la idea de su hijo mayor de mejorar e irse a vivir a esas casas ‘unas encima de otras’.
Parte de la calidad de vida se la daba la libertad del espacio y otra gran parte que temía perder era su relación con sus vecinos. Por eso la calidad de vida no es solo tener mejor ingreso o hacer todo más rápido.
La calidad de vida de cada ser humano es directamente proporcional a su crecimiento espiritual y lo que puede cambiar esta calidad de vida actual es la mente colectiva de la sociedad en búsqueda de un desarrollo constante de su espíritu, evolucionando a conciencias elevadas en donde primen los valores humanos de integridad más que las acciones en la bolsa de valores.
Hoy los profesionales tenemos un reto ante la sociedad, nuestra actividad solo tiene sentido en la medida en que articula su quehacer y en particular su producción de conocimientos al desarrollo de mejores niveles de convivencia, calidad de vida y existencia a escala humana, es decir, a la generación de nuevas formas de relaciones sociales.