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Columnistas

Enseñemos a nuestros hijos a comportarse

Desde pequeño recuerdo que mis padres me enseñaron que debo guardar silencio y compostura en ciertos lugares, como por ejemplo la iglesia.

Creo que estos valores se están perdiendo en nuestra niñez y juventud de hoy.

Sin importar a qué iglesia asistamos (Católica, Adventista, Pentecostal, Hindú, Budista…) es importante recordarles a las futuras generaciones el buen comportamiento en este tipo de actos o rituales religiosos que para quienes asisten son de vital importancia.

En varias ocasiones he contado con la mala suerte de tener que estar sentado detrás de casos extremadamente críticos: una niña de aproximadamente 3 años que gritaba y cantaba reggaetón subida en la silla mientras el sacerdote estaba en la homilía, y su madre nunca se inmutó en pedirle que hiciera silencio. Más tarde a este bailoteo de la menor se le sumaron los gritos a su progenitora y golpes en la cara… a lo que tampoco se le hizo la más mínima expresión de corrección.

Ocho días después me senté esperando contar con mejor suerte, pero no fue así. En este caso dos adolescentes entre 13 y 16 años se pellizcaban, se reían entre sí, se burlaban de quienes aplaudían en cantos de alabanza y para variar su mamá nunca les pidió, así fuera en una ocasión, que hicieran silencio.

Y al domingo siguiente esperé escuchar la misa completa, pero un chico de unos 14 años con cuerpo de 18 no me lo permitió.

Aunque a diferencia de los casos anteriores no habló mucho, era inevitable no distraerse viendo cómo se le colgaba a los hombros de su mamá, la abrazaba, la agarraba de la cintura como si fuera su novia quinceañera, le arreglaba el cabello, la tomaba de la mano, le daba besos en la mejilla, en la cabeza… fue la mayor expresión de amor de un hijo por su madre, y lo aplaudo, pero no era ni el sitio ni el momento.

Conclusión: no vi en este templo de Cabecera a madres con el carácter suficiente como para educar a sus hijos y recordarles el buen comportamiento en un sitio como estos.

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