Fue la excusa perfecta para que el abogado Gustavo Pinzón González escribiera su octavo libro, el mismo que el 16 de marzo lanzó en la Universidad Manuela Beltrán titulado: Constituciones del Gran santander. Sus primeras letras las plasmó hace seis años, cuando creyó que por acercarse el Bicentenario de Colombia, muchos escritores empezarían a hacer lo suyo. esto, y un concurso que se realizaría sobre el tema, fueron su motivación.“No hubo ningún concurso finalmente, pero logré mi propósito que era hacer un libro para el Bicentenario. es que la gente no sabe qué es Bicentenario, es celebrar una palabra si se quiere: libertad. lo importante es que me lean, es mucha gracia que me lean”. Pero el 23 de mayo un inesperado derrame cerebral cambió un poco su historia. Solo por ahora, mientras descansa en la Universidad.
“Este es Pinzón”
En familia
Santo Tomás asimilan su renuncia, mientras logra a punta de terapias movilizar el lado izquierdo de su cuerpo… A ‘Pinzón’, como él mismo se llama cuando se ve en las fotografías de sus viajes a más de 40 países del mundo, nada lo detiene. Dice que tan pronto recupere la movilidad total de su cuerpo, cuando vuelva a caminar como antes… volverá a recorrer el mundo, se dedicará a vivir la vida y a descansar como se debe.
La vida de este célebre santandereano, nacido en Albania siempre ha girado en torno a las letras. “Mi parte espiritual se basa en tres facetas: la música, la filosofía y las letras. Soy un músico inconcluso, un filósofo confuso y un poeta iluso”. Pero dejó por fuera la docencia. La carrera que inició hacia los 18 años, cuando era profesor de un colegio de Mompox y donde por razones de tiempo y espacio tuvo que expedir su cédula de ciudadanía. Así fue. De viaje en viaje, de aula en aula, impartiendo sus conocimientos. Seguramente quienes pisaron la Universidad Autónoma de Bucaramanga y la Santo Tomás, cursando derecho, recordarán sus charlas.
“Amo el aula, a mis estudiantes. Como soy un hombre de mundo, podía combinar la historia del derecho con la geografía y en una de las clases les decía: Nos vamos para Mesopotamia, y la describíamos tanto que nos transportábamos…”, contó con la nostalgia que puede expresar quien ha dedicado más de 50 años de su vida a la docencia.
Así como su alumnado lo extraña, también sus amigos de tertulia, con quienes comparte con frecuencia tardes y noches de acordeón. “Casi todo veleño toca instrumentos, yo toco el tiple y en Arauca aprendí a tocar el cuatro. El acordeón que tengo es de piano, pero por ahora me olvido de él, pues no tengo mucho movimiento en la mano izquierda”, expresó esperanzado en que más adelante volverá a tenerlo entre sus brazos.
Su última obra
a WordPress rating system
Artículos más comentados